Jueves 26 de Diciembre de 2024

10/11/2024

Miguel Ángel Rodríguez celebra sus 64 años en medio del desafío de llevar el teatro under de temporada a Mar del Plata

Fuente: telam

Con el respaldo de Carlos Rottemberg, el actor se aventura en el circuito comercial con una obra íntima y profunda. En diálogo con Teleshow, reveló el impacto emocional que la historia de “Quieto” generó en él y la conexión especial que logró con el público

>No sabe cuántos años tiene, pero pocos, muy pocos, quizás fue en tercer grado, y Miguel Ángel Rodríguez sube al imponente escenario del actual Cenard para recitar -en un evento ante una nada despreciable cantidad de personas- el Martín Fierro acompañado en las guitarras por su hermano y por un amigo mayor. Pasados más de 60 años, aún se muestra sorprendido por todo lo que el arte le brindó como reconocimiento, los aplausos del público tanto al que fue como al que es.

“Fue casi un año atrás, estaba en un café, solo, pensando en mi viejo que tenía 94 años, en cosas de la vida. Fue un momento muy especial, una de esas cosas que uno se guarda en el corazón”, recuerda Rodríguez. En ese instante de introspección, un mensaje de Karina Hernández interrumpió sus pensamientos. “Me mandó un mensaje por WhatsApp contándome de la obra y de Flor Naftulewicz y Francisco Lumerman, el equipo detrás de Quieto. No los conocía personalmente, pero cuando leí el guion sentí una conexión inmediata”, cuenta al rememorar ese encuentro fortuito que le cambiaría el rumbo. Su padre finalmente falleció hace dos meses.

Rodríguez leyó el texto y algo en él resonó con fuerza. “La leí una vez y me estremeció. La leí dos veces y volví a sentir lo mismo. Fue algo inmediato. Le dije a Karina: ‘Dale, juntémonos, vamos para adelante con esto’”, relató con emoción. La obra, con su tono intimista y su profundidad emocional, le recordaba a un cine clásico, a una profundidad actoral que compara con las actuaciones de grandes como Luis Sandrini. “Es una obra que podría haber hecho Sandrini, tiene esa cosa de la emoción y el humor justo, todo en su lugar. Eso me atrajo, me hizo sentir como en casa”, reveló.

Para el actor, además, era una oportunidad para experimentar en un espacio teatral completamente distinto: “Nunca había hecho teatro independiente. Me sedujo mucho la idea de actuar en una sala pequeña, sin las exigencias del circuito comercial, en algo que sentí más íntimo, como un living de casa. Era un desafío actoral y personal que tenía ganas de enfrentar”.

Renzo es un hombre que se dejó llevar por el curso natural de la vida. A sus 89 años, tras la pérdida de su esposa, el peso de la soledad lo abruma y lo encierra en una postura de resignación. Para él, la vida simplemente transcurre. Está sentado en su sillón, observando cómo el tiempo sigue adelante, pero sin ganas de ser parte activa de ese movimiento. “Dejé todo, lo di todo”, parece expresar en su silencio, en sus gestos parcos. Su mundo ahora es estático, limitado a las cuatro paredes de su hogar, a su rutina sin emociones y al eco de una presencia que ya no está.

En contraste, su hija lleva una vida marcada por la velocidad y las obligaciones. Casada y madre de dos hijos, enfrenta una dinámica diaria donde el tiempo es escaso y las responsabilidades son muchas. La ausencia de su madre la dejó desorientada, sin la referencia femenina que alguna vez tuvo, y ahora debe lidiar con la fragilidad de su padre. Las visitas que le hace son esporádicas, a veces por deber, otras por cariño, pero siempre teñidas de una tensión silenciosa.

Renzo, tozudo y terco en su manera de ver la vida, no cede. En su lógica, “ya cumplió” y dejó todo listo para que su hija y su hijo sigan adelante sin él. Sin embargo, es precisamente esta crudeza, esta forma ruda de expresar su amor, lo que hace que la relación sea tan real, tan auténtica. La hija, por su parte, intenta encontrar un punto de encuentro, pero cada visita se convierte en un recordatorio de la distancia entre sus mundos, del vínculo quebrado que tratan de reconstruir en medio del dolor y la incomprensión.

Esta relación tan particular, que oscila entre el amor y la desidia, entre la cercanía y la distancia, atraviesa al público con una fuerza inusitada. Cada escena es un espejo donde se reflejan los sentimientos no expresados, el peso de la pérdida y el intento desesperado por mantener un lazo que, a pesar de todo, sigue vivo en medio de las diferencias.

El personaje que interpreta le permitió explorar un territorio emocional desconocido y a la vez familiar. “Es un hombre de 89 años, algo totalmente nuevo para mí. Por supuesto que, al ser un hombre mayor, me hizo pensar en mi viejo. Aunque él era muy distinto de Renzo, había cosas que me resonaban: la soledad, el paso del tiempo, la incomodidad de los años”, reflexionó Rodríguez, haciendo una pausa. “Mi viejo era muy práctico, muy inteligente. No era de esos tipos que te dicen ‘te quiero’, pero lo resolvía de otra forma, con gestos. Creo que esa generación fue así, hicieron lo que pudieron. Eso fue una inspiración para darle vida a Renzo”, aseguró, emocionado.

Desde su estreno, Quieto despertó una respuesta intensa en el público. “La gente sale atravesada, es una obra que llega. Salen emocionados, conmovidos. Muchas veces se acercan a nosotros después de la función, nos cuentan sus historias, o simplemente nos agradecen. Se vive un momento de conexión que es maravilloso. Me llena de alegría ver cómo el público se entrega, cómo se abre a la experiencia”, compartió el actor con una sonrisa.

Uno de los momentos más especiales para Rodríguez fue la visita de Carlos Rottemberg, el productor que terminó llevándolos a Mar del Plata. “Carlos había visto a Flor en otra obra y cuando lo invité a ver Quieto, se animó. No sabía qué podía pasar, pero lo cierto es que vino, y vino para quedarse”, recordó Rodríguez. Tras la función, Rottemberg fue al camarín y le dio una devolución inesperada. “Me dijo que la obra era una ‘joyita’ y que merecía llegar a más gente. El lunes ya estábamos hablando de llevarla a Mar del Plata”, aseguró con sorpresa. Para Rodríguez, este gesto fue un honor inmenso. “Carlos me dijo cosas muy lindas sobre la obra, sobre las actuaciones, sobre todo el trabajo que hicimos.Tiene esa visión especial para ver grandeza en lo simple, y llevar Quieto a la costa es una jugada hermosa y muy audaz”, destacó.

“Mi amor por el arte nació hace mucho, allá lejos, cuando era apenas un chico y descubría en la música y en la televisión algo más que entretenimiento: un espacio de expresión”, recordó. Aún hoy, con 64 años, repasa su vida como si fuera un guion grabado en la memoria. Y en esas primeras escenas aparece un momento crucial: su interpretación de Martín Fierro en el antiguo auditorium de lo que hoy es el Cenard, cuando era solo un niño: “Estaba vestido de gaucho, con dos guitarras detrás, una de mi hermano y otra de un amigo mayor. Y ahí, frente a una sala enorme, recitaba. Uno después se acuerda de eso, se pregunta: ¿Cuándo empecé yo con esto?, y tal vez ahí empezó todo”.

Para él, el humor era una escuela propia. “Me gustaban Los tres chiflados, el circo de Marrone y Carlitos Balá, todos esos programas como La tuerca, Telecataplum y Humor redondo. Los veía y sentía que el humor era algo más grande, una manera de conectar con la gente, de hacer comunidad”, contó. Y así, entre risas y actuaciones improvisadas, el arte comenzó a transformarse en algo más que un hobby.

A principios de los noventa, con el empuje de Videomatch, Miguel Ángel comprendió que esta pasión podía ser también su destino. “Ya llevaba varios años entre cámaras y radios, probando y aprendiendo. Pero fue con Videomatch cuando me di cuenta de que esto iba a ser mi vida. Fue como un cimbronazo. Tenía un espacio donde podía probar, y si no funcionaba, volvía a lo mío. Pero había llegado el momento de jugármela: de esto iba a vivir”, aseguró con determinación. La suerte, el destino y el esfuerzo se unieron en el momento preciso. “Estaba parado en el lugar justo en el momento justo. Claro que la suerte ayuda, pero fue mucho trabajo también. Fueron horas de vuelo, de aprender a hacer las cosas bien, de mejorar”, reflexionó.

A lo largo de los años, construyó una carrera sólida y popular, algo que le recuerda constantemente el cariño del público en la calle. “El público es fundamental en todo esto. Uno hace teatro, cine, televisión, pero al final, es para ellos. Y la respuesta que recibo siempre es de un cariño y una generosidad increíbles. Te saludan, te agradecen, hasta te hacen chistes sobre San Lorenzo”, dice entre risas, mencionando su conocido fanatismo por el club. “Ese cariño popular es el premio más grande que me dio esta carrera, y lo agradezco todos los días”, concluyó, con la satisfacción de quien sigue apasionado por su oficio.

Fuente: telam

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