Jueves 12 de Diciembre de 2024

10/11/2024

Las historias de un jefe del GEOF a 30 años de su creación: tomas de rehenes, operaciones en el extranjero y terribles heridas

Fuente: telam

El Grupo Especial de Operaciones Federales (GEOF) comenzó a actuar el 10 de noviembre de 1994, meses después del atentado a la AMIA. Su mentor, el Comisario General Claudio “Klaus” Pereyra, cuenta las acciones más espectaculares y enumera las espeluznantes heridas que recibió en los 15 años que estuvo en el grupo antiterrorista y lo dejaron con un 76% de discapacidad motora y auditiva

>Cuando el Comisario General Claudio Pereyra se retiró de la Policía Federal Argentina, tenía un 76% de discapacidad motora y auditiva. Su cuerpo podía dar fe de los 15 años de entrega total a su tarea al frente del Grupo Especial de Operaciones Federales (GEOF), que exactamente hoy cumple tres décadas de labor. “Tengo múltiples heridas de bala, de explosivos, de arma blanca; fracturas en la pelvis, en los pies, y cinco vértebras deformadas por compresión”, enumera.

Hoy, sin embargo, está de cumpleaños. No por él (cumplirá 66 el 18 de noviembre), sino por la unidad antiterrorista que creó. Al Comisario General Pereyra no le gustará el verbo. Para él, “él único creador es Dios”. Sin embargo, casi desde que comenzó su carrera policial al ingresar en 1976 (dos semanas antes del golpe militar), bosquejó el proyecto de un grupo antiterrorista, algo de lo que adolecían las fuerzas de seguridad en la Argentina. Durante años anduvo con una carpeta bajo el brazo, presentándola ante quien podía. Hasta que luego del atentado terrorista a la AMIA en 1994 llegó la hora de poner manos a la obra y gestar el GEOF. Hoy puede estar seguro de que su idea prosperó: “Mi récord fue de 38 operaciones de rescate de rehenes, con 356 personas liberadas ilesas”, cuenta con orgullo desde su hogar en Villa Crespo, que comparte con su segunda esposa.

Al Comisario General Pereyra, la vida lo desafió desde el inicio. Nació sietemesino y enfrentó complicaciones graves en el parto. “Por lo que me cuentan, mi mamá ya había perdido dos embarazos anteriores, y yo estaba en una posición difícil, dado vuelta y con el cordón umbilical enredado,” relata Pereyra. Los médicos, dice, le pidieron a su papá que tomara una decisión entre la vida de su esposa o la de su hijo. “Mi padre, con buen criterio, dijo la vida de la madre. Pero el médico le respondió: ‘Vamos a hacer lo posible para salvar a la criatura también.’” La intervención fue complicada, debieron abrir el perineo de su madre para que nazca. Y sobrevivió.

Pereyra creció en Haedo, en el seno de una familia de clase trabajadora. Su padre era empleado administrativo en el Hospital Durand, y su madre, ama de casa. Desde pequeño, se sintió fascinado por la vida policial. “Siempre dije que iba a ser policía. Cuando tenía cinco años me disfrazaba de policía. Era lo único que quería ser”, recuerda. A pesar de que su familia no veía con buenos ojos ese deseo, insistió hasta ingresar.

Luego de dos años de formación, comenzó a trabajar en la Comisaría 42, su primer destino. “Fue en el año 78. Luego pasé a la 44 en el 79″, describe sus primeros pasos. Durante su etapa de novato, también fue asignado a la División Motorizada “en el 80, 81 y 82″, rememora. A mediados de los ochenta, su carrera comenzó a perfilarse hacia un camino más especializado, cuando se interesó por el campo de las operaciones especiales. Para Pereyra había un vacío en la Policía Federal Argentina en cuanto a unidades específicas para la lucha antiterrorista: “Había una, pero no era operativa. No había grupos para la lucha contra el terrorismo, una unidad de élite como existían en países más desarrollados y comenzaron a nacer a partir de 1972, después de la masacre de los atletas israelíes en Munich”.

Esa vocación fue la chispa que encendió su idea. Comenzó un recorrido que lo llevaría a los rangos más altos y a ser fundador del Grupo Especial de Operaciones Federales (GEOF). A principios de los ochenta, mientras trabajaba en la comisaría 42, Pereyra elevó un proyecto para la creación de una unidad antiterrorista. Sin embargo, fue cajoneado. Quedó, cuenta, “en stand-by, a la espera de su estudio en la Subjefatura”.

La oportunidad de retomarlo se presentó en 1991, explica, “con el cambio en las relaciones con Estados Unidos bajo el gobierno de Menem”. Argentina ingresó a un programa de asistencia antiterrorista. Se llamaba ATA, por sus siglas en inglés, Antiterrorism Assistance Program. “Estuve en un curso del SWAT en Miami en el 91, parte del ATA, donde aprendimos técnicas avanzadas de intervención en situaciones de crisis,” explica Pereyra. A pesar de haberse lesionado durante el curso, insistió en continuar hasta el final, considerando que la experiencia era invaluable. “Llegué a Buenos Aires con el curso no aprobado, pero finalizado, y con un conocimiento que no teníamos en ese momento”, recuerda sobre su paso por este programa.

A mediados de los noventa, la unidad comenzó a tomar forma. “Nosotros necesitábamos una unidad capacitada en situaciones de crisis, al nivel de las que ya existían en otros países desarrollados”, afirma. Finalmente, en 1994, se estableció la primera sección del GEOF en Tucumán. Le pidieron si quería hacerse cargo. “Yo soy hijo único, y en ese momento tenía a mi padre enfermo de cáncer, así que pedí por favor que no me mandaran. Me pusieron acá en el área de instrucción junto con otro oficial que después fue segundo mío, Aníbal Adriel, y desarrollamos un programa que se mantiene hasta hoy en los cursos. Escribimos también la doctrina de la unidad, todo un manual”.

En sus primeros cuatro años de operación en el Noroeste, el equipo en esa región realizó solo cuatro allanamientos de alta peligrosidad. “Esa baja demanda hacía difícil justificar la presencia de una unidad completa allí”, comenta Pereyra.

No obstante, fue en Buenos Aires y sus alrededores donde la demanda del GEOF alcanzó su punto máximo. “La demanda era tal que en un solo día teníamos hasta 11 allanamientos. Empezábamos uno en la mañana y terminábamos al día siguiente,” recuerda Pereyra. Esto llevó a que las operaciones del GEOF se centralizaran en Buenos Aires, desde donde se pueden desplegar fuerzas a otras provincias. “Nos dimos cuenta de que era más eficiente mantener un grupo bien entrenado en Buenos Aires y movilizarlo según las necesidades”.

La carrera del Comisario General Pereyra dentro del Grupo Especial de Operaciones Federales (GEOF) estuvo marcada por misiones de alto riesgo en escenarios extremos, desde allanamientos en zonas críticas hasta operaciones de rescate de rehenes. “Las hipótesis de intervención en el GEOF son cinco”, explica Pereyra: allanamientos de alta peligrosidad, operativos rápidos para incautar droga y pruebas, custodia de personas y elementos de alto riesgo (están presentes en cada cumbre de presidentes en el país) y rescates de rehenes, entre otras.

Uno de los más complejos en los que participó involucró la interceptación de un avión en una pista clandestina. “Íbamos en un Unimog, preparados para interceptar el avión mientras arrojaba los paquetes de droga desde el aire. Estábamos en una estancia en Abbott, cerca de La Plata,” recuerda Pereyra. Durante la operación, Pereyra fue arrojado desde el capó del vehículo al pasar por una acequia y quedó momentáneamente bajo el mismo. “Me pisó, pero como era muy alto, logré salir y continuar. Capturamos toda la droga y cinco aviones, además de varios efectivos policiales corruptos”, detalla sobre esta operación.

Otra de las situaciones extremas, relata, sucedió en la calle Montevideo, en Buenos Aires, donde dos captores armados mantenían retenidas a nueve mujeres y tres clientes en un prostíbulo. “La situación se tornó crítica cuando los secuestradores, en abstinencia por consumo de drogas, comenzaron a golpear a los rehenes. Decidimos entrar de emergencia y lanzamos dos granadas sonoras. Yo entré sin protección auditiva, y una de las granadas rebotó en una heladera detrás de la puerta, explotando a solo 30 centímetros de mi cabeza,” relata. Este impacto, que se narró al comienzo de esta nota, dejó a Pereyra sin visión y sonido momentáneamente, y con secuelas luego. Pero aun así, enfatiza, lograron reducir a los secuestradores y liberar a los rehenes sin bajas.

La actuación del comisario general no se dio sólo en el país. También hubo operaciones reservadas en el extranjero. Pereyra es reacio a contar cuándo y dónde fueron por una cuestión de secreto profesional. Pero detalla lo que sucedió, por ejemplo, en un contexto de golpe de Estado en un país de Sudamérica, donde debieron escoltar a un embajador argentino que había viajado como mediador, para evacuarlo. “Estábamos en plena negociación entre las fuerzas reales y las insurgentes cuando el enfrentamiento estalló. La mayoría de las delegaciones extranjeras trataban de llegar al aeropuerto porque las rutas al aeropuerto estaban cortadas, habían dinamitado las calles, tiraban cartuchos de dinamita, llovían las balas por todos lados. Uno no podía reconocer quién era amigo, quién era enemigo, porque en realidad nosotros podíamos ser el enemigo, porque éramos de otro país. Al final pudimos subir a los dos embajadores, al argentino y al brasilero, a un helicóptero para el aeropuerto. Luego tuvimos que llegar nosotros al aeropuerto y fuimos sorteando distintos lugares. Finalmente vimos un grupo de muchachos revoltosos. Los que querían hacer el golpe de estado agarraban bolsas de residuo color negro y las cortaban. Entonces la ataban a un palo y hacían como una bandera de nylon. Había un solo puente que no habían dinamitado para el aeropuerto y estaba recontra controlado por un montón de gente armada. Justo había unos adolescentes. Les prometimos pagarles en dólares. Los subimos al jeep donde estábamos, nos ocultamos con ellos y arriesgamos. Pasamos por debajo del puente, donde normalmente disparaban. A 300 metros del otro lado se bajaron. En el aeropuerto estaba por despegar un avión. El embajador brasilero dijo ‘tengo la posibilidad que vengan en este avión que es el último de TAM que despega’. Así que fuimos a Brasil. Viajamos parados, no había más lugar”.

Además de esas participaciones, el GEOF colaboró con fuerzas especiales de Israel y los Estados Unidos. En el primero de esos países, Pereyra destaca su relación con la Unidad Yaman de la Policía de Israel, con quienes mantuvieron una relación cercana que incluso le valió una distinción especial. “Somos únicamente tres no israelíes, en el mundo, que tenemos el distintivo de ser miembro de Yaman. Y además, el ministro de Seguridad de Israel me otorgó el grado de Brigadier General honorario por mi trabajo con ellos,” menciona con orgullo. En estas colaboraciones, el GEOF no solo aprendió técnicas avanzadas, sino que también adaptó métodos específicos para el combate urbano, como el entrenamiento en contra francotiradores.

Hoy, señala, “somos la única unidad de Argentina que tiene el mismo estatus que las fuerzas especiales norteamericanas. Podemos, por ejemplo, en el caso que sea necesario, proceder a la recuperación de la embajada norteamericana o esperar a que lleguen sus tropas norteamericanas y trabajar en conjunto”.

La eficacia del GEOF, explica, se debe al riguroso entrenamiento que aplican. Según Pereyra, la clave para el éxito del GEOF radica en que “uno no puede dejar de entrenar. Cuando no puede entrenar más, tiene que decir gracias y retirarse”.

Uno de los entornos de entrenamiento más exigentes del GEOF es la llamada “Casa de la Muerte”, un escenario diseñado para simular intervenciones en espacios cerrados, donde los agentes utilizan munición real y enfrentan blancos que simulan tanto amenazas como rehenes. “La Casa de la Muerte es una construcción en la que entramos con munición viva, y uno no sabe dónde están los blancos,” explica Pereyra. Esta instalación, inspirada en la residencia del embajador de Japón en Perú durante la toma de rehenes en 1996, permite que los agentes entrenen en condiciones de máxima tensión. “Uno entra y, si no dispara correctamente, puede lastimar al rehén o fallar contra el captor. Es entrenamiento con el menor margen de error posible,” añade.

Esas prácticas de entrenamiento, además, no están exentas de riesgos. Pereyra describe una caída que sufrió en la Base Aeronaval Comandante Espora de Puerto Belgrano al arrojarse en paracaídas: “Le pegué al piso a 60 km. por hora. De ahí me quedó la compresión de columna y la deformación de varias vértebras por aplastamiento. Yo a la espalda no la puedo mover ni me pueden operar tampoco hasta que no se haga con un sistema robótico llamado Da Vinci. Si no, me pueden dejar paralítico”.

Al irse le pidió a Guido, su secretario, que estudiara los memorandos de su actuación y le dijera el número de tomas de rehenes, liberados y allanamientos realizados. “Eran las 9 de la mañana. Después del almuerzo lo fue a ver para preguntarle por qué demoraba tanto. Me pasó el número de tomas de rehenes y liberados, y me dijo que todavía estaba contando los allanamientos… ‘voy por 1100′. Le dije que era una locura, que lo dejara. Así que cuando me preguntan en cuántos estuve, digo ‘arriba de mil reales’”.

Fuente: telam

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